18.1.07

foto BABEL

BABEL

Es imposible (e inútil) describir el entramado textual que Iñarritu ha depurado con su guionista en esta ocasión.
En "Amores perros" un mismo accidente daba lugar a tres momentos distintos de tres historias en una misma ciudad.
En "21 gramos" también un accidente aportaba la complejidad temporal que no necesitaban tres personajes muy intensos que el exceso de afectación volvía intrascendentes. Benicio, Noemí y sobre todo Sean, no sobreactuaban. Era la puesta en escena la que los volvía idiotas víctimas de si mismos.
Algo de esto se retoma acá.
Pero en BABEL no son sólo tres historias conectadas por un acontecimiento (esta vez, un disparo -accidental?-) y muchos personajes sufriendo todo el maldito metraje sino que también la pretensión es espacial (son cuatro las ciudades protagonistas), globalizadora y multicultural. Buff!
En lo referente a los tiempos se quedan esta vez un poco más tranquilos; no hay flashbacks enloquecedores, por suerte pero las tres historias tienen unos nexos tan caprichosos como obvios y previsibles desde el vamos. No es tampoco en la sorpresa donde se basa el interés del relato. Con un planteo documental en la fotografía son dos horas y cuarto de pelicula (s) que no pretende un entramado narrativo de los que se suelen llamar "corales". Iñarritu elige la estética del videoclip para mostrar tres situaciones a cual más bizarra e improbable pero que, gracias a esa preocupación documentalista le imprime el solemne tono de filosofía del nuevo milenio que la película necesita para llevarse muchos premios. Las tres historias con sólo enunciarlas PARECEN tener un fuerte compromiso político y social pero los personajes son mirados con una distancia sideral. La gente que sufre son los "otros" y, ni en el fragmento mexicano, el director se escapa de las postales turísticas y de momentos musicales ilustrativos y "sensibleros" a cargo de nuestro Santaolalla. Esta vez Gustavo trata de lucirse con guitarra y porro y realmente se pone un poco denso y reiterativo, sobre todo en los desiertos que le toca ilustar.
Para los marroquíes y los japoneses, Ale nos tiene preparadas otras delicias del absurdo fatalista que tantas satisfacciones le ha dado.

No conforme con que cada uno hable en su idioma, la japonesa es "sordomuda" y es presentada de manera casi irónica entre sus compañeras de voley comunicándose en lenguaje de señas. El peor momento donde la manipulación, la distancia impiadosa de los que "sufren" (absolutamente TODOS en la película) y el oscuro interés de los narradores queda evidenciado es cuando elige unir un grito de Cate B herida con el silencio de la ninfómana nipona, efecto especial tan desubicado como indignante. Además, alguien debería avisarle que los sordomudos en las discos no "sienten" el silencio, sino todo lo contrario. Perciben las vibraciones de la música lo que hubiera habilitado un hermoso "punto de tacto" inédito en cine, que podríamos oponer al "punto de vista" o "punto de escucha" del personaje. La idea de tragedia no se plasma jamás, ni aún volcando toda la crueldad de la que guionista y director son capaces, sobre los niños. Ni los rubitos gringos, ni los marroquíes se salvan de los tormentos que reparten a troche y moche. La película es violenta con los personajes y con el espectador pero NO HABLA de violencia. No es su tema al menos en términos ideológicos. La casualidad no es violencia, el regalo de un arma de caza tampoco es política. Así quedan enunciados el horror al terrorismo, la venta de armas en oriente, o las insalvables dificultades de la frontera MEX/USA pero no hay una sola idea que tome partido por estos temas tan delicados, o sea que quedan como pintoresco telón de fondo. Por ejemplo, ¿cuál es la planteo que tiene esta película sobre el probable Muro?
¿Y cómo es posible que esto tenga éxito? Hay una seducción boba en las imágenes del director (y de su fotógrafo, el aún atendible Rodrigo Prieto, que después de Brokeback Mountain sigue laburando con Ang Lee), mucha histeria. Debería filmar un musical urgente o una historia romántica donde intente bucear menos en la interioridad de japonesas, marroquíes o de un parejita yankee atormentada por un accidente que sólo exigiría un poco de calma.
Brad Pitt resuelve su inverosímil personaje con mucho maquillaje y una intensidad lograda a fuerza de mirar a Sean Penn en "21 gramos" (invento). Está bien y la histeria del muchacho le sienta mejor que la posible tranquilidad a la que podría apelar para tratar de resolver algo, en vez de mostrar tanto goce de la desesperante situación. Su última escena explica para qué está un mega sexsymbol de su calibre con artificiales ojeras durante sus 4 días de rodaje, en una pelicula como ésta.
A Cate siempre es un placer verla. Esa piel hace las delicias del director de fotografía que no sabe si mostrar pobres en las ventanas iluminados para el National Geography o quedarse en su rostro todo el rato (el montajista le resuelve rápidamente el problema). Además está casi todo el rato medio inconciente o sea que puede no enterarse del circo que se monta a su alrededor. Los mexicanos pueden sentirse orgullosos de la actuación de Adriana Barraza, la niñera ilegal que sufre como una descocida por un pequeño error cometido con el beneplácito de los guionistas. Gael no sabe bien lo que tiene que hacer pero en un principio la pasa bien y cuando las cosas se complican ni siquiera sufre o sea que zafa. La actriz japonesa resuelve con intensidad el drama de las sordomudas para conseguir sexo por eso está tan nominada. Es muy divertido lo que la desatada fantasía machista mexicana le tiene preparado. La insospechada secuencia del exhibicionismo es una cumbre del surrealismo cinematográfico sólo comparable con los mejores momentos de la filmografía de Buñuel. Entiendase esto como una ironía porque el español cargaba esta sexualidad de una poesía que a Iñarritu le resulta, por el momento, esquiva.
Amores perros era oportunista, en 21 gramos, tramposa y ésta (estilo depurado) monumental, demagógica y hueca. Como "Ciudad de Dios" o "El jardinero fiel" y como tantas otras películas donde la miseria es vistosa y deliciosamente fotografiable y la violencia no responde a ningún factor económico sino que es producto de la sinrazón de los pobres (desde pequeños). Pero no se culpe a nadie, la responsabilidad es de un niño onanista que, porque no lo dejan espiar a su hermanita, se dedica a tener puntería con un rifle que un japonés le regaló a un amigo de su padre . . .
PD. Chavela Vargas suena en medio de una fiesta mexicana para indignación de los que amamos la coherencia con que Pedro Almodovar utiliza esa voz en la pantalla grande. La letra de "Tú me acostumbraste" bien podría hablar del manchego que hace mucho que no pone un tema de la Vargas . . .